“Supo que iba a morir cuando, al atardecer, la idea de la
muerte dejó de preocuparlo. Hasta esa hora había luchado duramente, aceptando
cada inyección, cada palabra de aliento, cada bocanada de oxígeno, como
instrumentos necesarios para defender la vida. Aislado ya del mundo, sintió
poco a poco que ese aislamiento era en el fondo la forma más alta de la
accesión; el borde de la muerte era también la plaza del encuentro, ricamente
desposeído de lágrimas y sangre, donde el pasado y el presente volvían por fin
a mezclar sus aguas en un solo latido y a mostrarse en una misma imagen
definitiva.
Todo eso era morir. La parte de aceptación que había en esas
reconciliaciones no se le escapaba, y hasta la repentina calma de su
respiración le probó que no vería caer la noche. Estaba bien morir al
atardecer, pensó irónicamente”.
Julio Cortázar.
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