15 de enero de 2009


XVII

Consagraré al aroma del barro mi existencia.
A ensalzar tu memoria.
Y no cantaré nunca, jamás, para los otros.
Mas quiero contemplarte un instante tan sólo
antes de que la pira de cedro se diluya
tímida entre las flores.
Y las piedras se agrieten.
Y la perfección falte.
Incorpórate, mírame y háblame, mi amigo (mi hijo)
Demuéstrales que puedes vencer hasta en la muerte.
Que el castigo no existe.
Despierta, ven y bésame.
No olvidaré tu rostro.


XVIII

Han pasado los años.
No he podido seguirte.
Pero adorno tu tumba con zafiros y mirto
y néctar y ambrosía.

En las noches de Persia.

Gracias Alejandro García Calvo, por reflejar, tan concisa y bellamente, sin conocerle, los sentires y formas de Marcos Martín Barata, mi hijo, que nos dejó en la primavera pasada en busca de la primavera celestial y eterna.

No hay comentarios: