31 de marzo de 2011

Tal vez mañana

La culpa siempre se cuela en los duelos.

Es una pequeña tirana que inocula su veneno y hace que el dolor
se haga un poco mas amargo. Y de un momento a otro aparecerá
con su voz acusadora a hacer reproches, acusar, juzgar,condenar.
"Si hubieras hecho tal cosa", "Si no hubieras dicho tal otra"...
La lista de recomendaciones a destiempo suele ser interminable y sumamente dañina.
Su presencia puede llegar a hacer de nuestro duelo una tortura.

¿Cómo trabaja esta infatigable carcelera?
Inyectando su veneno de manera sutil pero poderosa. Con astucia.
No lo hace a los gritos ni de manera llamativa.
Parece, más bien, una de esas manivelas de los viejos
cinematógrafos que gira incansablemente y no cesa de proyectar
las mismas escenas una y otra vez,
hasta convencernos de que somos malas personas y que las faltas
que hemos cometido no merecen ser perdonadas.

Y asi, va chupándose el resto de energía que aún nos queda, hasta
dejarnos como despojos arrojados a merced de los críticos y
jueces implacables que pueblan nuestro agitado interior.

La culpa es hipnótica y va lavando los restos de estima saludable,
que poseemos hasta dejarnos secos de amor propio, huérfanos
del aprecio que se necesita para sentirse una persona digna y
valiosa, y sujetos a cualquier valoración menos a la nuestra.

Cuando empezamos a definirnos más por nuestros desaciertos
que por lo que hemos hecho bien, estamos dándole la llave maestra
de nuestra vida a esta guardia cárcel e hipotecando nuestra felicidad
futura.

Las caídas no son estados permanente, al menos que así lo decidamos
nosotros.Y las faltas que solemos cometer son parte de este caminar
que nos caracteriza.

¿De dónde sacamos la idea de que la perfección y la infalibilidad
absolutas será parte de nuestra condición?

Victoria Branca
libro: Tal vez mañana

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